jueves, 21 de febrero de 2008

ola



Era metódico en sus quehaceres, sus trabajos y su vida. Se apartaba el flequillo de la frente siempre con la misma mano y llamaba a las cosas por su nombre. El suyo. El que él le daba.

Aventurero a su manera, recordaba las cosas como se recuerda un punto de luz una vez cerrados los ojos: desvaneciendose. Lo que los demás llamamos memoria de pez y él llamaba memoria desvaneciente. Esta peculiaridad me permitió desnudarme ante él mil veces por primera vez y llamarme Ana, Begoña, Andrea e Isabel. Su característica singularidad me ofreció a mi cien vidas.

Cada día era una sorpresa, cada playa un hallazgo y cada caricia un escalofrío.

Pero no llegó nunca la confianza que se destila del tiempo. De la repetición. Se nos olvidó darle nombre y, al verla desatendida, se la llevó una ola.

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