jueves, 22 de marzo de 2007

el sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos

Desoladamente desgarrada en el corazón escucho el canto de la más pura alegría.
A. Pizarnik

una lila

proyectas tu silencio como un muro
y mis vacíos pensados lo envuelven

aún no se oye nada
nada se ve

sólo un muro envuelto en vacío
y en el suelo, una lila.

miércoles, 14 de marzo de 2007

historias


Es difícil comprender (imposible ver o tocar) la delgadísima línea que separa la felicidad de la tristeza más absoluta. También puede tratarse de una característica esquizoide, pero entre abarcarlo todo y sentir ese mismo volumen en negativo y concentrado en el pecho a veces pasan minutos.

El desorden. La falta de método o mesura para vivir y para todo. Avanzar por impulsos y trompicones de pasión a veces no te permite esquivar los baches: por falta de reflexión, de prudencia, de seso.

Revolotean las historias pasadas, presentes, futuras imaginadas (deseadas o temidas o simplemente inventadas a placer por diversión) como pájaros que recorren en órbitas los alrededores de una cabeza de cómic. Las historias que revolotean no cuajan, no encajan. Anidan en escenarios pasados, presentes y futuros imaginados (o reales) y adquieren a veces una autonomía que sobrepasa y no hay quien se deshaga de ellas. Se te abrazan como niñas perdidas y hay que desprenderse del corazón para echarlas a la calle. A que se pierdan de nuevo y se agarren a otro con más capacidad de seguir adelante con ellas a cuestas. Yo me declaro incapaz, lo admito. Y no me imagino el día que pasee por las calles pegando carteles de SE BUSCA para tratar de recuperar a una de las historias que eché a la calle. Es posible que alguna de las que involuntariamente se me escaparon la encuentre alguien más sensato. Menos volátil y más definido. Más apegado a sus propias historias. Con más memoria para no olvidar que son suyas.

Y así. De la felicidad empapada de brazos abiertos para vivir al máximo, envuelta en mil historias que me hacen volar (tienen alas algunas, olvidaba comentar), paso a la más intensa melancolía al no lograr desprenderme de las pequeñas historias con las que me atormento, o al recordar cómo dejé ir a algunas que debieron haber crecido a mi lado.

misma calle, otros tiempos


Escribo en gris para no matar la continuidad, pero hace un sol que raja las piedras.

Armada de ánimos. cargada de razones y estallando de ganas. El tiempo no abarca todo lo que cabe en un instante de ambición... hay tanto que hacer!!

jueves, 1 de marzo de 2007

duda



Se dispuso a llegar allí antes que ella misma. El viento soplaba fuerte de un lado y la bici iba haciendo eses, a veces vencida por el vendaval de un lado y otras por su decisión de rapidez. Hacia delante. Un, dos. Un, dos.

Pensaba tan intensamente en cuando llegara que a veces se olvidaba de pedalear, creyendo por instantes que ya estaba allí. Entonces vencía el viento. Durante muchos meses había pensado que no valía la pena ni siquiera intentarlo. Los grises nunca le habían interesado y en esa ciudad la realidad parecía haberse congelado en los años del blanco y negro. Era bastante probable que incluso el arco iris se desplegase confundido entre puentes en una gama de grises y grisáceos. Ningún interés.

Congelado. El viento tenía esa temperatura inhabitable y no parecía ceder. No se importunaba lo más mínimo ante los descuidos de su decisión anticipatoria de un éxito seguro. Además, estaban las gaviotas. Recortadas como cometas en un cielo deslucido parecían servirse del viento para avanzar. Quizá la única forma de sobrevivir allí fuese siendo gaviota.

Hacia más de un año que sabía que acabaría viviendo allí. Lo desconcertante de la situación es que ella nunca lo había decidido conscientemente y sin embargo el plan era certero y convincente. Nadie, excepto ella, lo dudaba.

La duda se mantuvo allí hasta la llegada del viento. Cuando la situación se volvió verdadera y objetivamente incómoda, la duda se fue con el viento y se estrelló en el gris con las gaviotas. Vista desde abajo, la duda parecía verdaderamente insignificante (patosa en comparación con los pájaros) y no se entendía como había conseguido el papel protagonista de más de seis meses de vida. Era inconcebible.

Se mantuvo sin embargo en el cielo. La duda. Amenazaba con caer de nuevo si el viento y las ganas de sobreponerse a él amainaban. Se integró de tal forma con las gaviotas que al final todo Amsterdam pensó que la duda (fuera de quien fuera) se quedaría encajada en el cielo monocromo siempre. Se podrían imprimir postales con la duda como elemento distintivo de la ciudad, pero seguramente no sería un atractivo para turistas.

El viento le limpiaba la cara mientras seguía avanzando a pedaladas de gigante. Y entonces llegó. A mitad de camino la capota celeste se había entreabierto y una luz dorada acariciaba el agua. El viento se había llevado las nubes, las dudas y las gaviotas, pero no la decisión. Respiraba entrecortando planes por el cansancio de querer tanto y miraba hacia el camino de donde había venido. Sin rastro de historias inacabadas, el camino se extendía despejado y los charcos comenzaban a evaporarse con los rayos del sol inclinado.