miércoles, 21 de noviembre de 2007

simplicidad de rutina

En el fondo era un juego de ambos, mítico y perverso, pero por lo mismo reconfortante: uno de los tantos placeres peligrosos del amor domesticado.
El amor en los tiempos del cólera
Gabriel García Márquez

ventanas de ayer



Pequeñas y grandes, transparentes y opacas. De cristal o de papel. Algunas varían y prometen futuros, otras miran a pasados específicos. Pasados hechiceros: de risas, recuerdos que se hacen presentes o, en un solo caso, pasados desconocidos pero añorados, queridos y hechos nuestros.

La más grande de las ventanas, casi un balcón, mira directamente a la vida de una pareja aburrida de sí misma (creo). La televisión como elemento central de sus rutinas. Llegaron a esta calle el mismo día que yo. Recuerdo el ruido de la mudanza despertándome en mi primera mañana. Seguramente no son holandeses porque tienen cortinas que eventualmente utilizan. Extraño en una ciudad exhibicionista y llena de intimidad ignorada.

La mediana mira a un muro de ladrillos rojos que a veces rebotan algo de luz.

Las demás son de múltiples tamaños y colores, dibujan grecas en la pared y están llenas de gente que me mira. Muchas veces soy yo misma la que, desde otros días, me miro con curiosidad, mofa o seriedad al día de hoy. No tengo muy claro que sea la misma persona. A veces me parece que son ramificaciones de pasados posibles que me miran ahora esperando a ver qué hago con el futuro.

También hay paisajes de viajes. De rincones de lugares visitados. Arena negra tinerfeña, murales porteños, la playa de Cádiz y una esquina de una calle en Nueva York.